Oficio de Lecturas
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Ant. Aleluya. Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que asciende al cielo. Aleluya.
Salmo 99
ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO
Los redimidos deben entonar un canto de victoria (S. Atanasio).
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Aleluya. Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que asciende al cielo. Aleluya.
HIMNO
¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!;
pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado!,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores,
calor y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras! Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que asciende sobre las nubes. Aleluya.
Salmo 67
I
Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.
En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.
Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.
Derramaste en tu heredad, oh Dios una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.
Ant. Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que asciende sobre las nubes. Aleluya.
Ant. 2. Subió a lo alto llevando cautivos. Aleluya.
II
El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
"los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.
Mientras reposabais en los apriscos,
las palomas batieron sus alas de plata,
el oro destellaba en sus plumas.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío".
Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?
Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santuario.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.
Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.
Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: "Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo
y los perros la lamerán con sus lenguas".
Ant. Subió a lo alto llevando cautivos. Aleluya.
Ant. 3. Aparece tu cortejo, oh Dios, el cortejo de mi Dios, de mi Rey, hacia el santuario. Aleluya.
III
Aparece tu cortejo, oh Dios,
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.
Al frente, marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio, las muchachas van tocando panderos.
"En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel".
Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.
Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.
Reprime a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los Toros,
a los Novillos de los pueblos.
Que se te rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.
Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
"reconoced el poder de Dios".
Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario, Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.
¡Dios sea bendito!
Ant. Aparece tu cortejo, ¡oh Dios!, el cortejo de mi Dios, de mi Rey, hacia el santuario.
VERSÍCULO
V. El Señor les abrió su entendimiento. Aleluya.
R. Para que entendiesen las Escrituras. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
Año I:
De la primera carta del apóstol san Juan 3, 18-24
FE EN CRISTO Y AMOR AL PRÓJIMO, REQUISITOS NECESARIOS PARA AGRADAR A DIOS
Hijos míos, no amemos de palabra y con la lengua sino con las obras y de verdad. En ello conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos ante él nuestra conciencia, si algo llega ésta a reprocharnos, pues Dios es más grande que nuestra conciencia y lo conoce todo.
Hermanos, si la conciencia no nos reprocha nada tenemos plena confianza ante Dios. Y todo cuanto pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le es grato.
Y éste es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos mutuamente conforme al mandamiento que nos dio. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Y conocemos que permanece en nosotros por el Espíritu que nos ha dado.
RESPONSORIO 1 Jn 3, 24; Sir 1, 9. 10
V. Quien guarda los mandamientos de Dios permanece en Dios y Dios en él;
R. Y conocemos que él permanece en nosotros por el Espíritu que nos ha dado. Aleluya.
V. Dios mismo creó la sabiduría y la derramó sobre todas sus obras.
R. Y conocemos que él permanece en nosotros por el Espíritu que nos ha dado. Aleluya.
Año II:
De los Hechos de los apóstoles 24, 1-27
PABLO ANTE EL PROCURADOR FÉLIX
En aquellos días, bajó el sumo sacerdote Ananías con algunos ancianos y un tal Tértulo, que era abogado, para presentar demanda contra Pablo ante el procurador. Citado que hubieron a Pablo, empezó Tértulo su acusación en estos términos: «La gran paz de que gozamos, gracias a ti, y las mejoras que, por tu providencia, se han realizado en favor de nuestro pueblo son beneficios que siempre y en todas partes hemos recibido, óptimo Félix, con suma gratitud. Pero no quiero entretenerte demasiado; sólo te ruego que nos escuches unos momentos con tu acostumbrada bondad. Pues bien, nos consta que este hombre es una peste, que incita a la rebelión a todos los judíos por todo el imperio, y que es jefe de esa secta de los nazarenos. Hasta ha intentado profanar el templo. Por este motivo lo prendimos. Puedes tú mismo tomarle ahora declaración y cerciorarte por su misma boca de la verdad de todas nuestras acusaciones.»
Los judíos, por su parte, se adhirieron a la acusación, asegurando que era verdad. A una señal del procurador, tomó Pablo la palabra y se expresó así: «Sabiendo que desde hace muchos años eres juez de esta nación, voy a hablar con toda confianza en mi defensa. Sabrás que no hace doce días que subí a Jerusalén a adorar a Dios, y que ni en el templo, ni en las sinagogas, ni por la ciudad me encontraron discutiendo con nadie o amotinando a la gente. Y de ningún modo pueden demostrar las acusaciones de que me hacen ahora objeto. Yo te declaro lo siguiente: Yo sirvo al Dios de mis padres según la doctrina y modo de vivir que ellos llaman secta. Pero yo conservo mi fe en todo cuanto se halla escrito en la ley y en los profetas, y tengo mi esperanza fundada en Dios, como la tienen ellos mismos, de que habrá resurrección de buenos y malos. Por esto me esfuerzo también yo mismo en tener siempre una conciencia limpia ante Dios y ante los hombres. Al cabo, pues, de muchos años he venido a traer las limosnas recogidas para los de mi nación y a ofrecer sacrificios. Y en esa ocasión, cuando estaba yo purificado, me encontraron en el templo, pero sin haber provocado yo revuelta ni alboroto alguno. Y los que me encontraron fueron algunos judíos de la provincia romana de Asia. Éstos son los que deberían presentarse aquí, y acusarme si tenían algo contra mí. O bien, que digan estos mismos qué crimen encontraron en mí, cuando comparecí ante el Consejo, como no fuese esta sola frase, que en medio de ellos proferí en alta voz: "Por defender la resurrección de los muertos me encuentro hoy procesado ante vosotros.»
Félix, que estaba bien al tanto de cuanto a esta doctrina se refería, difirió el proceso, diciendo: «Cuando baje el tribuno Lisias, examinaré a fondo vuestra causa.»
Y dio orden al centurión de custodiar a Pablo, pero de dejarle cierta libertad, permitiendo a sus amigos que le socorriesen. Algunos días más tarde, se presentó Félix con su mujer Drusila, que era judía. Y, habiendo mandado llamar a Pablo, lo oyó hablar acerca de la fe en Cristo Jesús. Según iba hablando Pablo sobre la justificación, la continencia y el juicio final, Félix se llenó de terror y le dijo: «Por ahora retírate. Ya te llamaré cuando tenga tiempo.»
Esperaba, por otra parte, que Pablo le diese dinero, y por eso lo hacía llamar muchas veces y conversaba con él. Así transcurrieron dos años. A Félix, le sucedió Porcio Festo; y Félix, queriendo congraciarse con los judíos, dejó a Pablo en la prisión.
RESPONSORIO Jn 5, 28-29; Hch 24, 14. 15
V. Llega la hora en que los que están en el sepulcro oirán la voz del Hijo de Dios.
R. Los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida. Aleluya.
V. Sirvo al Dios de mis Padres, y tengo mi esperanza fundada en Dios de que habrá resurrección de buenos y malos.
R. Los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De las homilías de san Gregorio de Nisa, obispo, sobre el libro del Cantar de los cantares
(Homilía 15: PG 44, 1115-1118)
LES DI A ELLOS LA GLORIA QUE ME DISTE
Si el amor logra expulsar completamente al temor y este, transformado, se convierte en amor, entonces veremos que la unidad es una consecuencia de la salvación, al permanecer todos unidos en la comunión con el solo y único bien, santificados en aquella paloma simbólica que es el Espíritu.
Éste parece ser el sentido de las palabras que siguen: Una sola es mi paloma; sin defecto. Una sola, predilecta de su madre.
Esto mismo nos lo dice el Señor en el Evangelio aún más claramente: Al pronunciar la oración de bendición y conferir a sus discípulos todo su poder, también les otorgó otros bienes mientras pronunciaba aquellas admirables palabras con las que Él se dirigía a su Padre. Entonces les asegura que ya no se encontrarían divididos por la diversidad de opiniones al enjuiciar el bien, sino que permanecerían en la unidad, vinculados en la comunión con el solo y único bien. De este modo, como dice el Apóstol, unidos en el Espíritu Santo y en el vínculo de la paz, habrían de formar todos un solo cuerpo y un solo espíritu; mediante la única esperanza a la que habían sido llamados. Éste es el principio y el culmen de todos los bienes.
Pero será mucho mejor que examinemos una por una las palabras del pasaje evangélico: Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros.
El vínculo de esta unidad es la gloria. Por otra parte, si se examinan atentamente las palabras del Señor, se descubrirá que el Espíritu Santo es denominado «gloria». Dice así, en efecto: Les di a ellos la gloria que me diste. Efectivamente les dio esta gloria, cuando les dijo: Recibid el Espíritu Santo.
Aunque el Señor había poseído siempre esta gloria, incluso antes de que el mundo existiese, la recibió, sin embargo, en el tiempo, al revestirse de la naturaleza humana; una vez que esta naturaleza fue glorificada por el Espíritu Santo, cuantos tienen alguna participación en esta gloria se convierten en partícipes del Espíritu, empezando por los apóstoles.
Por eso dijo: Les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí para que sean completamente uno. Por lo cual todo aquel que ha crecido hasta transformarse de niño en hombre perfecto ha llegado a la madurez del conocimiento. Finalmente, liberado de todos los vicios y purificado, se hace capaz de la gloria del Espíritu Santo; éste es aquella paloma perfecta a la que se refiere el Esposo cuando dice: Una sola es mi paloma, sin defecto.
RESPONSORIO Cf. Jn 15, 15; cf. 14, 26; 15, 14
V. Ya no os llamaré siervos, sino amigos; porque sabéis todo lo que he hecho en medio de vosotros.
R. Recibid en vosotros el Espíritu Santo, el Abogado que el Padre os enviará. Aleluya.
V. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando.
R. Recibid en vosotros el Espíritu Santo, el Abogado que el Padre os enviará. Aleluya.
HIMNO TE DEUM
A ti, oh Dios, te alabamos,
a Ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.
ORACIÓN
Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos también llegar nosotros como miembros de su cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
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