Liturgia de las horas

Vísperas

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. 

HIMNO

En la cumbre del monte,
su cuerpo de barro
se vistió de soles.
 
En la cumbre del monte,
su veste de nieve
se cuajó de flores.
 
En la cumbre del monte,
excelso misterio:
Cristo, Dios y hombre.
 
En la cumbre del monte,
a la fe se abrieron
nuestros corazones. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un alto monte, y se transfiguró en su presencia.

Salmo 109, 1-5. 7

Oráculo del Señor a mi Señor:
"siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies".
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.
 
"Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora".
 
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
"Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec".
 
El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso, levantará la cabeza.

Ant. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un alto monte, y se transfiguró en su presencia.

Ant. 2. Una nube brillante los envolvió y de la nube salió una voz que dijo: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias.»

Salmo 120
EL GUARDIÁN DEL PUEBLO
No tendrán hambre ni sed; no les molestará el sol ni calor alguno (Ap 7, 16).

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
 
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
 
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
 
El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

Ant. Una nube brillante los envolvió y de la nube salió una voz que dijo: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias.»

Ant. 3. Cuando bajaban del monte, les dio Jesús esta orden: «A nadie deis a conocer esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Aleluya.

Cántico Cf. 1 Tm 3, 16

R. Alabad al Señor, todas las naciones.

Cristo, manifestado en fragilidad humana,
santificado por el Espíritu.
 
R. Alabad al Señor, todas las naciones.

Cristo, mostrado a los ángeles,
proclamado a los gentiles.
 
R. Alabad al Señor, todas las naciones.

Cristo, objeto de fe para el mundo,
elevado a la gloria.
 
R. Alabad al Señor, todas las naciones.

Ant. Cuando bajaban del monte, les dio Jesús esta orden: «A nadie deis a conocer esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Aleluya.

LECTURA BREVE Rm 8, 16-17

El mismo Espíritu se une a nosotros para testificar que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si es que padecemos juntamente con Cristo, para ser glorificados juntamente con él.

RESPONSORIO BREVE

V. Honor y majestad lo preceden. Aleluya, aleluya.
R. Honor y majestad lo preceden. Aleluya, aleluya.
V. Fuerza y esplendor están en su templo.
R. Aleluya, aleluya.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Honor y majestad lo preceden. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Al oír la voz, los discípulos cayeron sobre sus rostros, sobrecogidos de temor; pero Jesús se llegó a ellos y, tocándolos con la mano, les dijo: «Levantaos, no tengáis miedo.» Aleluya.

MAGNÍFICAT Lc 1, 46-55
ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
 
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
 
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
 
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
 
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al oír la voz, los discípulos cayeron sobre sus rostros, sobrecogidos de temor; pero Jesús se llegó a ellos y, tocándolos con la mano, les dijo: «Levantaos, no tengáis miedo.» Aleluya.

PRECES

Acudamos a nuestro Salvador, maravillosamente transfigurado ante sus discípulos, en el monte santo, y digámosle con fe:

Ilumina, Señor, nuestras tinieblas.
 
Oh Cristo, que, antes de entregarte a la pasión, quisiste manifestar en tu cuerpo transfigurado la gloria de la resurrección futura, te pedimos por la Iglesia que sufre,
— que, en medio de las dificultades del mundo, viva transfigurada por la esperanza de tu victoria.
 
Cristo, Señor nuestro, que tomando a Pedro, Santiago y Juan los llevaste contigo a un monte alto, te pedimos por el papa N. y por los obispos,
— que, llenos de aquella paz y alegría que son fruto de la esperanza en la resurrección, sirvan fielmente a tu pueblo.
 
Cristo Jesús, que desde el monte santo hiciste brillar tu rostro sobre Moisés y Elías, te pedimos por Israel, el pueblo que hiciste tuyo desde tiempos antiguos,
— concédele que alcance la plenitud de la redención.
 
Cristo, esperanza nuestra, que iluminaste al mundo entero cuando sobre ti amaneció la gloria del Creador, te pedimos por todos los hombres de buena voluntad,
— haz que caminen siempre siguiendo el resplandor de tu luz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Cristo, Salvador nuestro, que transformarás nuestro frágil cuerpo en cuerpo glorioso como el tuyo, te pedimos por nuestros hermanos difuntos,
— transfórmalos a imagen tuya y admítelos ya en tu gloria.
 
Llenos de esperanza, oremos al Padre como Cristo nos enseñó: 

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad  en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

ORACIÓN

Oh Dios, que en la gloriosa Transfiguración de tu Unigénito confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de los profetas, y prefiguraste maravillosamente nuestra perfecta adopción como hijos tuyos, concédenos, te rogamos, que, escuchando siempre la palabra de tu Hijo, el Predilecto, seamos un día coherederos de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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