Liturgia de las horas

Vísperas

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Tu?, Sen?or, que asumiste la existencia,
la lucha y el dolor que el hombre vive,
no dejes sin la luz de tu presencia
la noche de la muerte que lo aflige.

Te rebajaste, Cristo, hasta la muerte,
y una muerte de cruz, por amor nuestro;
asi? te exalto? el Padre, al acogerte,
sobre todo poder de tierra y cielo.

Para ascender despue?s gloriosamente,
bajaste sepultado a los abismos;
fue el amor del Sen?or omnipotente 
ma?s fuerte que la muerte y que su sino.

Primicia de los muertos, tu victoria
es la fe y la esperanza del creyente,
el secreto final de nuestra historia,
abierta a nueva vida para siempre.

Cuando la noche llegue y sea el di?a
de pasar de este mundo a nuestro Padre,
conce?denos la paz y la alegri?a
de un encuentro feliz que nunca acabe. Ame?n.

II

Si vivimos, vivimos para Dios;
si morimos, morimos para Dios;
en la vida y en la muerte,
somos del Dios-

Nuestras vidas son del Sen?or,
en sus manos descansara?n;
el que cree y vive en e?l
no morira?.

Con Cristo vivire?,
con Cristo morire?;
llevando en el cuerpo
la muerte del Sen?or;
llevando en el alma
la vida del Sen?or.

Si vivimos, vivimos para Dios;
si morimos, morimos para Dios;
en la vida y en la muerte,
somos de Dios. Ame?n.

SALMODIA

Ant. 1. El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma.

Salmo 120
EL GUARDIÁN DEL PUEBLO

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
 
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
 
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
 
El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

Ant. El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma.

Ant. 2. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?

Salmo 129
DESDE LO HONDO, A TI GRITO, SEÑOR

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
 
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
 
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
 
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Ant. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?

Ant. 3. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.

Cántico Flp 2, 6-11
CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
 
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.
 
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Ant. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.

LECTURA BREVE 1 Co 15, 55-57

¿Dónde está, muerte tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley. ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!.

RESPONSORIO BREVE

V. Por tu misericordia, Señor, dales el descanso eterno.
R. Por tu misericordia, Señor, dales el descanso eterno.
V. Tú, que vendrás a juzgar a los vivos y a los muertos.
R. Dales el descanso eterno.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Por tu misericordia, Señor, dales el descanso eterno.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Todos los que el Padre me ha entregado vendrán a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera.

MAGNÍFICAT Lc 1, 46-55
ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
 
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
 
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
 
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
 
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Todos los que el Padre me ha entregado vendrán a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera.

PRECES

Oremos al Señor Jesús, que transformará nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo, y digámosle:

Tú, Señor, eres nuestra vida y nuestra resurrección.
 
Oh Cristo, Hijo de Dios vivo, que resucitaste de entre los muertos a tu amigo Lázaro,
— lleva a una resurrección de vida a los difuntos que rescataste con tu sangre preciosa.
 
Oh Cristo, consolador de los afligidos, que ante el dolor de los que lloraban la muerte de Lázaro, del joven de Naím y de la hija de Jairo acudiste compasivo a enjugar sus lágrimas,
— consuela también ahora a los que lloran la muerte de sus seres queridos.
 
Señor Jesucristo, siempre vivo para interceder por nosotros y por todos los hombres,
— enséñanos a ofrecer el sacrificio de alabanza por los difuntos, para que sean absueltos de sus pecados.
 
Oh Cristo salvador, destruye en nuestro cuerpo mortal el dominio del pecado por el que merecimos la muerte,
— para que obtengamos, como don de Dios, la vida eterna.
 
Oh Cristo redentor, mira benignamente a aquellos que, al no conocerte, viven sin esperanza,
— para que crean también ellos en la resurrección y en la vida del mundo futuro.

Tú que, al dar la vista al ciego de nacimiento, hiciste que pudiera mirarte,
— descubre tu rostro a los difuntos que todavía carecen de tu resplandor. 

Tú, Señor, que permites que nuestra morada corpórea sea destruida,
— concédenos una morada eterna en los cielos.
 
Porque deseamos que la luz de Cristo ilumine a los vivos y a los muertos, pidamos al Padre que llegue a todos su reino:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad  en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. 

ORACIÓN

Escucha, Señor, nuestras súplicas y haz que, al proclamar nuestra fe en la resurrección de tu Hijo, se avive también nuestra esperanza en la resurrección de nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Página web desarrollada con el sistema de Ecclesiared

Aviso legal | Política de privacidad